24.) ¿Hay alguna diferencia entre el Dios del Antiguo y el Nuevo Testamento?

Recientemente he visto los escritos de gente que cree que el Dios del Antiguo Testamento es un ser iracundo de poca paciencia, al contrario de Cristo, el gentil, paciente y amoroso Salvador del Nuevo Testamento. Un artículo escrito por un profesor de teología en una de nuestras escuelas sugería que esta aparente discrepancia podría ser causada por la asimilación de los israelitas de las actitudes de sus vecinos paganos hacia sus dioses. Me gustaría proponer un punto de vista diferente al respecto, el cual creo que armoniza con la Biblia y el Espíritu de Profecía. El objetivo primordial de este artículo es demostrar que Jesucristo es el principal representante de la Trinidad que se observa tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento.

El lugar más lógico para comenzar este estudio es en Génesis 1:1-3:

“En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: ‘Sea la luz’; y fue la luz.”

La palabra usada para Dios es “Elohim”, la palabra plural para Dios, que indica que todos los miembros de la Trinidad, incluyendo al Espíritu Santo, estaban presentes y activos en la creación de esta Tierra.

Así que desde el propio comienzo, la Trinidad estuvo involucrada tanto en la creación como en la redención. Pero aunque trabajan juntos para el mismo propósito, a Cristo se lo observa desde el Génesis al Apocalipsis como la representación visible del plan de salvación para la humanidad. Rastreemos Su presencia a través de la Biblia y veamos que el amoroso Salvador del Nuevo Testamento es el mismo que hallamos en el Antiguo Testamento.

“En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios.  Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres…”

 “En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron…”

“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.…”

“A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.” Juan 1:1-4; 10-11, 14; 18.

Observen la verdad que se afirma aquí – nadie nunca vio a Dios, excepto Su Hijo unigénito, Jesucristo. Esto significa que toda aparición visible de Dios al hombre en el Antiguo Testamento era Jesucristo en Su estado pre encarnado, pues ningún hombre nunca vio al Padre. Las palabras de las Escrituras del Antiguo Testamento también llegaron a los profetas por inspiración del  Espíritu Santo, usando las palabras del Padre a través de Su Hijo.

“Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados (impresionados – VRS) por el Espíritu Santo.” 2da. Pedro 1:19-21.

Por esto es que a Cristo se le llama “el Verbo” Juan 1:1,14. Es también la Estrella de la Mañana que se levanta en nuestros corazones mientras leemos los escritos de la Biblia que Él mismo inspiró. Observen cómo Cristo se conecta a Sí mismo tanto con el Antiguo como con el Nuevo Testamento:

“Yo Jesús... Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana.” Apocalipsis 22:16.

Cristo es la Raíz de David como se profetizó en Isaías 11:1,10:

“Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces… Acontecerá en aquel tiempo que la raíz de Isaí, la cual estará puesta por pendón a los pueblos, será buscada por las gentes; y su habitación será gloriosa.”

Cristo también es Descendiente de David porque Su vida terrenal vino a través de María, cuyo linaje era de la tribu de Judá.

Estas son solo unas pocas de las muchas evidencias escritas que Cristo es el Dios tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, representando y hablando por Su Padre durante todo el plan de salvación. A través del Antiguo Testamento, Dios le apareció a los patriarcas. Sabemos que este era Cristo en Su forma pre encarnada, porque Juan 1:18 dice: “A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es Dios[d] y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer.” VRS.

 “Lo que el habla es para el pensamiento, lo es Cristo para el Padre invisible. Es la manifestación del Padre y se le llama el Verbo de Dios… El dio a conocer con Sus palabras, carácter, poder y majestuosidad, la naturaleza y atributos de Dios.” KH 38.

“Cristo le había impartido conocimiento de Dios a los patriarcas, profetas y apóstoles… A través de los santos hombres de la antigüedad, Cristo trabajó para salvar a la raza humana caída. Y cuando vino al mundo, lo hizo con el mismo mensaje de redención del pecado y restauración a favor de Dios.” Ibid.

¿Quiénes fueron algunos a los que el Señor les habló en el Antiguo Testamento? Primero, desde luego, Adán y Eva, tanto cuando eran inocentes como luego de haber pecado en el Jardín del Edén. Luego fue Caín a la afueras de la puerta del jardín, mientras el Señor luchó con él para evitar que matara a su justo hermano Abel. Años después, Enoc llegó a ser tan amigo de Dios que Él lo arrebató al cielo. Noé oyó la voz de Dios tan claramente que predicó un mensaje impopular durante 120 años hasta que llegó el diluvio y acabó con todo ser vivo a excepción de su propia familia. Abraham fue llamado amigo de Dios y se comunicaba con Él regularmente.

Dios caminaba y hablaba con Abraham en persona, en forma de hombre, antes de la destrucción de Sodoma:

“Cuando los hombres (Cristo y los dos ángeles con forma de hombres) se proponían a retirarse, miraron a Sodoma y Abraham caminó con ellos para verlos partir. Y Jehová dijo: ¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer? habiendo de ser Abraham una nación grande y fuerte, y habiendo de ser benditas en él todas las naciones de la tierra, porque yo sé que mandará…”

“Y se apartaron de allí los varones, y fueron hacia Sodoma; pero Abraham estaba aún delante de Jehová. Y se acercó Abraham y dijo: ¿Destruirás también al justo con el impío?... Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas. El Juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?... Y volvió a decir: No se enoje ahora mi Señor, si hablare solamente una vez: quizá se hallarán allí diez. No la destruiré, respondió, por amor a los diez. Y Jehová se fue, luego que acabó de hablar a Abraham; y Abraham volvió a su lugar.” Génesis 18:16-33.

Y los varones se levantaron de allí, y miraron hacia Sodoma; y Abraham iba con ellos acompañándolos.

¿Ven la hermosa relación que el Señor y Abraham tenían como amigos? ¿No les recuerda esto el mismo carácter amoroso de Cristo en el Nuevo Testamento? Incluso cuando el Señor iba en camino a destruir a Sodoma y Gomorra, podemos apreciar la pasión de Sus emociones al querer compartir con Su amigo Abraham lo que estaba por hacer. No hay venganza aquí, sino una profunda tristeza divina por las vidas que se perderían esa noche.

Otro ejemplo del carácter de Cristo en el Antiguo Testamento se halla en Su relación con Moisés. Cristo era el Ser Divino que se le apareció a Moisés en la zarza ardiente y lo llamó para guiar a los israelitas desde Egipto hasta la tierra prometida. Cuando Moisés se acercó a la zarza, Dios le habló a través del fuego y le dijo:

“Y dijo: ‘Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob’. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios. Dijo luego Jehová: ‘Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto… y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel… El clamor, pues, de los hijos de Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen. Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel’”. Éxodo 3:6-10.

Ahora comienza una larga conversación entre Moisés y Dios, la cual sería muy buena que leamos todos, para hacer énfasis en la paciencia y la misericordia de Dios para lidiar con todos nosotros. Con indescriptible amor y paciencia, le responde todas las preguntas a Moisés, pero a pesar de esto, Moisés dice al final:

“!Ay, Señor! envía, te ruego, por medio del que debes enviar.” Éxodo 4:13.

Finalmente, la Biblia dice que el Señor montó en cólera en contra de Moisés. ¿Pero le mostró impaciencia o ira a Moisés? He aquí la calmada y gentil respuesta que el Señor le dio a la reticencia de Moisés a obedecer:

“Entonces Jehová se enojó contra Moisés, y dijo: ¿No conozco yo a tu hermano Aarón, levita, y que él habla bien? Y he aquí que él saldrá a recibirte, y al verte se alegrará en su corazón. Tú hablarás a él, y pondrás en su boca las palabras, y yo estaré con tu boca y con la suya, y os enseñaré lo que hayáis de hacer. Y él hablará por ti al pueblo; él te será a ti en lugar de boca, y tú serás para él en lugar de Dios. Y tomarás en tu mano esta vara, con la cual harás las señales.” Éxodo 4:14-17.

¡Observen el cuidado y persistencia del Señor para ganarse la cooperación de Moisés para que fuese Su profeta y que liberara a Su pueblo! Pero este era solo el principio de una sociedad entre Moisés y el Señor. Fue Cristo que guio a Su pueblo por el desierto desde Egipto hasta Canaán por Su presencia en la columna de fuego y de nubes.

“Por el día, el Señor estaba delante de ellos en forma de una columna de nubes para guiarlos en su camino y de noche, en forma de una columna de fuego para alumbrarlos, para que pudieran viajar de día o de noche. Ni la columna de nubes por el día ni la de fuego por la noche abandonaron su lugar delante del pueblo.” Éxodo 30:21,22.

 “Cristo era el líder de los hijos de Israel vagando por el desierto. Envuelto en la columna de nubes por el día y la de fuego por la noche, los guio y dirigió.” COL 287.

“El mismo Cristo que sobre la montaña enseñaba a Sus discípulos los principios de largo alcance de la ley de Dios, instruía al antiguo Israel desde la columna de nubes y desde el Tabernáculo, por la boca de Moisés y Josué… La religión en los días de Moisés y Josué era la misma que hoy en día.” 2 BC 994.

“Fue Cristo junto con Su Padre (1 BC 1103) que pronunció la ley de los Diez Mandamientos en medio de gloria, fuego y las trompetas sonando, que atemorizaron tanto al pueblo, que le pidieron a Moisés que el Señor no les hablara nunca más.” Éxodo 20:19.

En Hebreos 12:18-25, Pablo nos recuerda escuchar esa misma voz de Cristo que nos habla desde el cielo incluso ahora mismo:

“No llegaron a una montaña tangible que arde en llamas, a la oscuridad, tristeza y tormenta, a un toque de trompeta o a una voz hablando palabras que los que las oyeron rogaron que no se les hablase más, porque no podían soportar lo que se ordenaba…”

“Sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial…a Dios el Juez de todos… a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel”.

“Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos”.

¿Ven la continuidad de la presencia, la personalidad y el propósito de Cristo a través de tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento? Desde Génesis hasta Apocalipsis Dios se mostró a Sí mismo como Emmanuel – Dios con nosotros. Estuvo con los tres amigos de Daniel en el horno ardiente y estará con Su pueblo durante las pruebas que asolarán al pueblo de Dios durante el tiempo de gran tribulación que se avecina. Acudió a la ayuda de Daniel mientras luchaba con el Rey de Persia cuando era el momento de permitir que el pueblo de Dios volviera a Jerusalén para reconstruir el templo (Daniel 10:13) y será nuestro Campeón en contra del enemigo cuando nos llegue el momento de ser traspuestos de este mundo hacia los hogares que Él nos tiene en la nueva Jerusalén celestial.

Hay algunas personas que se resisten a la idea que Dios tiene un lado disciplinario en Su carácter que incluye la eventual destrucción de los que se rebelan en Su contra. Hay momentos cuando debe hacerse algo para preservar Su propio pueblo y Su gobierno. Esto también se halla tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Debemos confiar en Dios para ver que a veces algunas acciones contundentes deben ocurrir para preservar y proteger a Su pueblo y a Sus justos propósitos.

Dios le advierte a la gente, los aconseja y los deja elegir. Si la gente elige escuchar Su voz y obedecer, pueden evitar las consecuencias. Un ejemplo Bíblico positivo de esto es el arrepentimiento de los Ninivitas, que respondieron a la prédica de Jonás y se arrepintieron y se salvaron. Pero el Faraón se negó a permitir que el pueblo de Dios se marchara incluso luego de la devastación de las diez plagas y todo el país de Egipto sufrió como resultado de su rebelión.

“A Dios no le complace el sufrimiento y la muerte del inicuo, sino que desearía que todos los hombres se arrepintiesen y se salvasen (Ezequiel 33:11; 1ra. Timoteo 2:4; 2da. Pedro 3:9) y hace que Su sol brille sobre los buenos y los malos (Mateo 5:45). Pero como el sol afecta a diferentes materiales de diversas maneras, de acuerdo a su propia naturaleza – funde la cera y endurece la arcilla, por ejemplo – así mismo la influencia del Espíritu de Dios sobre el corazón de los hombres produce diferentes efectos de acuerdo con la condición de esos corazones. El pecador arrepentido le permite al Espíritu de Dios que lo guíe hacia la conversión y la salvación, pero el impenitente endurece su corazón más y más. La misma manifestación de la misericordia de Dios guía la causa de alguien hacia la salvación y la vida y la de otros hacia el juicio y la muerte – a cada uno de acuerdo a su propia elección.” 1 BC 516,17. (No EGW).

Una cosa es segura – el pecado será destruido junto con los pecadores cuando el gran conflicto concluya. Toda persona que alguna vez vivió en la Tierra habrá tomado una elección acerca del bando en que estará cuando caiga el telón. Cuando Cristo estaba en la Tierra, exhibió el carácter de Dios en carne y hueso. Pero cuando ascendió de regreso al cielo, asumió una vez más Su igualdad con Su Padre. Cuando el apóstol Juan vio a Cristo en visión en la isla de Patmos, cayó a Sus pies como si hubiese muerto.

“En el día del Señor yo estaba en el Espíritu y oí detrás de mí una fuerte voz como de trompeta… Me di la vuelta para ver la voz que me estaba hablando y cuando lo hice, vi siete candelabros dorados y entre ellos estaba uno como Hijo de hombre, vestido con una túnica que le llegaba a los pies y con una faja dorada alrededor de su pecho. Su cabeza y cabello eran blancos como la lana, blancos como la nieve y sus ojos eran como fuego ardiente. Sus pies eran como el bronce ardiente en un horno y su voz como aguas fluyendo. En Su mano derecha tenía siete estrellas y de Su boca salía una espada de doble filo. Su rostro era como el sol brillando con todo su resplandor.”

“Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: ‘No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades’”. Apocalipsis 1:17-18.

Nuestro maravilloso Cristo ahora reasumía la autoridad del universo que poseía de Su Padre desde la eternidad. Después de Su resurrección le dijo a Sus discípulos: “Toda autoridad en el cielo y la Tierra me fue dada a Mí.” Mateo 28:18. Él es el Dios del Antiguo y el Nuevo Testamento. No ha cambiado. Es Él cuyo brillo destruirá a los inicuos a Su regreso. Pero es también Él, que con benevolente amor, misericordia y gracia emocionará el corazón de cada hijo de Dios al verlo cara a cara cuando los busque para llevarlos a casa. ¿De qué lado estarás tú ese día? ¿Le pedirás a las piedras y a las montañas que te oculten del rostro del Señor? ¿O te llevarán a Su encuentro con todos los santos que purificaron sus túnicas y las blanquearon con la sangre del Cordero?

Queridos amigos, depende de nosotros de qué lado estaremos cuando llegue ese día. Ahora es el momento de tomar esa decisión.

“Los pecadores se asombraron en Sion, espanto sobrecogió a los hipócritas. ‘¿Quién de nosotros morará con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros habitará con las llamas eternas? El que camina en justicia y habla lo recto; el que aborrece la ganancia de violencias, el que sacude sus manos para no recibir cohecho, el que tapa sus oídos para no oír propuestas sanguinarias; el que cierra sus ojos para no ver cosa mala; éste habitará en las alturas; fortaleza de rocas será su lugar de refugio; se le dará su pan, y sus aguas serán seguras. Tus ojos verán al Rey en su hermosura; verán la tierra que está lejos’”. Isaías 33:14-17.

 “El Espíritu de Dios consumirá el pecado de todo el que se someta a Su poder. Pero si los hombres se aferran al pecado y se identifican con él, entonces la gloria de Dios, que destruye el pecado, los destruirá.” DA 107.

“Los que entrenaron su mente para deleitarse con ejercicios espirituales son los que serán traspuestos y que no serán abrumados por la pureza y la gloria trascendente del cielo.” IHP 163.

Las señales a nuestro alrededor nos indican que el fin del mundo está cerca. Tenemos poco tiempo para permitirle a Cristo que culmine la buena obra que comenzó en nosotros.

“Vi una cubierta que Dios estaba colocando sobre Su pueblo para protegerlos durante el tiempo de tribulación y toda alma que se decidió por la verdad y que era pura de corazón sería cubierta con el manto del Todopoderoso.” EW 43.

Estimados, esta cubierta no es un manto sobre los pecados sin confesar y sin arrepentimiento en nuestras vidas. Esta cubierta es la justicia de Cristo impartida e imputada sobre nuestros caracteres hasta que Su vida y las nuestras sean iguales. “Sin santidad nadie verá al Señor (Hebreos 12:14)” y “La santidad es estar en armonía con Dios (5T. 743)”.

Nuestro carácter y el de Cristo deben ser copias exactas para que presenciemos la venida de Cristo sin ser destruidos. Ningún pecado o disonancia puede tolerarse en los que serán traspuestos. Queda de nuestra parte lavar las túnicas de nuestro carácter y limpiarlas con la sangre del Cordero, que es Su vida perfecta transmitida a nosotros a través de la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas. Que ninguno de nosotros esté perdido cuando la trompeta del Señor llame a Su pueblo a casa.